jueves, 19 de julio de 2007

Todos de negro por el Negro




Nada nos deja mas en soledad
que la alegria si se va
Fito Paéz – Tema de Piluso


Era la Feria del Libro de Buenos Aires – Año 2002, creo.

-Negro, un gusto conocerlo. ¿Me dibuja un Mendieta?
-¡Claro!
-¿Sabe que para el taller de radio de la facultad interpretamos uno de los cuentos suyos… ese… ¿cómo se llamaba? Ahh.. sí.. ese que se llamaba ¡Qué lastima Cattamarancio!
-Bueno, gracias pibe. ¿Así que hicieron un cuento mío en la facultad?… ¡Qué mal está la educación pública en la Argentina!

Me contestó con esa forma seria pero graciosa que tenía para hablar. Siempre con un remate que te secuestraba de improviso una sonrisa. Y así, tranquilo, dedicado, parco pero generoso, me siguió dibujando el Mendieta en la primera hoja de uno de sus libros que atesoro celosamente.

Murió el Negro Fontanarrosa. Y diré que hoy por hoy es el escritor que más admiro. Y eso que uno –un tipo cultivado ¡eh!- se ha pegado atracones con muchos literatos y de variada índole.

Con un Borges perfectito y laberítico. Con Cortazar fantástico y divagante. Con el Gabo tan mágico y tan barrialmente terrenal. Con el gracioso y futbolero Soriano. Y otros más. Varios.

Pero el negro era diferente porque era igual. Igual a cada uno nosotros.

Me explico mejor: el negro sabía tocar de memoria la partitura que se escucha de fondo en cualquier café de barrio, en una cancha de fóbal, en una charla de amigos, en una discusión callejera, en un divague gratuito en cualquier esquina, en el vínculo paternal o fraternal o matrimonial.

Y a su vez sabía tomarse el atrevimiento de llevar esas situaciones al límite, tensarlas, adornarlas con humor y mixturarlas con, según el caso, un mito de la grecia antigua, una película de extraterrestres, una de detectives de serie negra, una película de terror o espiritismo, o cualquier otra locura que le ronde por esa genial cabeza.

Hacía cócteles perfectos. Mirada crítica, lenguaje popular (o rebuscado, según la ocasión lo amerite), situaciones óptimas para teatralizar, descripción de detalles ínfimos que sumaban mucho a la creación del clima narrado. Y los remates. Siempre al ángulo.

Era mucho más que un buen dibujante. Era mucho más que un buen escritor de cuentos de fóbal, deporte que supo retratar como ninguno.

Porque se metía en la pasión del hincha. Porque sabía aplicarle la inyección del humor a casi todo, sin importarle el duro smoking que a veces tienen puestos los géneros, los próceres, las investiduras.

Parodiaba con inteligencia y delicado humor a los héroes de mármol de los libros de historia, a las “Doña Rosa” de barrio, a los pseudos galanes machistas de café, a los chantas, a los guapos tangueros, a las “mujeres modernas”.

Ahora que me pongo a pensar, un libro del Negro fue el regalo que más hice a las personas que quiero. Los compré por docenas. Era como un acto de celebración de la amistad, de compartir códigos. Compré y presté libros del Negro a no me acuerdo cuántas personas. Y eso es todo un símbolo.

Rosario no va a ser la misma sin el negro. El fútbol no va a ser el mismo sin el negro. Nos faltarán los geniales chistes de cada día y el de los domingos. Extrañaremos a Inodoro, Mendienta, la Eulogia, a Boggie. Echaremos de menos los geniales aforismos de Ernesto Esteban Etchenique.

Tal vez era hora de que se fuera sin sufrir. Tal vez su partida fue la última predicción off the record de la Hermana Rosa, que esta vez sí acertó.

Tal vez esté charlando con el Negro Olmedo en esa mesa de los Galanes que hay allá arriba y a la que me gustaría, cuando llegue el momento (¡un minuto más, juez, un minuto más!), poder visitar junto con los amigos de siempre. Asi seguimos hablando las tonterías existenciales que nos sacan carcajadas.

Chau Negro. Que la pases lindo. Este es mi pequeño homenaje que se suma a los tantos que te han hecho.

En las tribunas, en los cafés, en las ferias del libro, cada mañana que abramos el diario se te va a extrañar.

Gracias por el Mendieta, que ya mismo voy a colgar en la pared.

Diego