jueves, 12 de abril de 2007

San Miguel de Tucumán

El micro se demoró dos horas más de la que la paciencia soportaban. Al mediodía ya estaba en la tan mentada San Miguel de Tucumán. Durante el viaje, demorado por la elección de caminos alternativos presionado por las inundaciones, se sucedieron pueblitos chiquitos. De esos que entre el cartel de "Zona Urbana" y "Fin de Zona Urbana" solo mediaban 24 segundos. Esos pueblitos en los que siempre hay un viejo arrugado esperado ¿qué? en la vereda. Y un perro que sigue a una vieja con vestido de flores demodè.



Luego de la rigurosa y placentera bienvenida que me dio San Miguel (con milanesas antológicas) salimos para conocer el Dique El Cadillal. Antes hubo tiempo para un vuelo rasante por la Mate de Luna, el centro y Yerba Buena.



El Cadillal resultó ser un lugar ideal para bajar los niveles de stress traidos desde Buenos Aires. Sereno, armónico, con muellecito y barquitos, como esos lugares que están en los folletos de las AFJP.







A la noche hubo un avistaje de la ciudad desde el Cerro San Javier.




Hubo tiempo para hacer unos fernets en un bar al pie de cerro con música viejita. Y para seguir el derrotero nocturno una pasada por el Abasto, pero con música nacional.

Al otro día: asado, humita, pollo, tortas. Pero también un paseo por la Reserva de Horco Molle. La noche: muy divertida y amena. Con varios vinos. Así hay que disfrutar la noche tucumana. Hasta que las velas no ardan.

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