Luego de una intensa recorrida por San Miguel de Tucumán y sus alrededores, que incluyó visita a la cima del cerra San Javier, paso por Villa Nougues con sus rojos liquidambares; luego por el convento de monjes benedictinos de El Siambón y el respectivo y celebrado desoriente en el regreso, llegó la hora de arrancar para Tafí del Valle al otro día.
El lunes 9 de abril el micro empezó a recorrer la ruta que separa a la capital tucumana con una de las ciudades preferidas por los lugareños para pasar la Semana Santa.
Como es costumbre, llegamos siempre tarde donde nunca pasa nada. El día anterior fue pascuas y ahora sólo había vestigios de la gran celebración que convocó a miles de personas para ver la renombrada y célebre Pasión de Cristo.
La excusión a realizar se trataba de una caminata de 12 kilómetros por un sendero que bordeaba un río y que nos llevaría hasta el pueblo vecino llamado El Mollar. Así fue que nos dispusimos con todo el ímpetu para recorrer ese trayecto. El paisaje, hermoso. El sol, a pleno. La vegetación, increíble. Todo venía de maravillas. El disfrute era total hasta que pasó la anécdota del día.
Casi más nos "coge" un toro.
Así como escuchan. Que una cosa es ver los toros en la Televisión Española. Que otra cosa es que estés caminando tranquilito tranquilito por el medio del campo y pase un compañero de atrás corriendo al grito de "¡Cuidado!, ¡Cuidado!, ¡Guarda el toro!" y de repente te des vuelta y un portentoso animal se aproxima a un trote apurado mientras bufa y rasguña la tierra.
Las ganas que tuve de alguna vez ir a Pamplona en ese mismo instante se desvanecieron.
Mientras tanto el toro se venía. Enfilamos para unos alambrados, con la vana certeza de que sería lo más apropiado. El embiste por atrás se aproximaba. La película de mi vida se proyectaba casi postumamente ante mis ojos... Esperamos el impacto...
La cuestión es que no sabemos cómo, el torito nos pasó de largo. Al segundo salió un arriero jovencito montando su caballo en busca de él.
Cuando todos pensamos que todo había pasado, y que era sólo una buena anécdota para contar, vimos que ahora el grandote mastodonte se venía de frente. Con la tranquera abierta, lugar por donde se había escapado, quise hacer una especie de corralito para que nos cubriera. El torito se acercaba y el temor se convirtió en pánico.
Le vimos el blanco de los ojos. Ahí nomás. Cerquita.
Por suerte el animalito de Dios justo en el momento en que lo teníamos de frente se le dio por frenar y meterse de nuevo en el corral, de donde no debería haber salido. Ahí mismo y sin pestañear cerramos la tranquera con rapidez y nos dispusimos a puntuar nuestra faena cobarde.
Tanto ver a la tardecita de los fines de semana las corridas de toros por TVE para nada!!!
Olé...
¿El Mollar? Sí, llegamos bien. Muy lindo. Gracias. No mucho para hacer. Salvo el paseo por El parque de los Menhires y una visita fugaz a la radio 103.5 FM Joven. Pero esa es otra historia.
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