domingo, 13 de mayo de 2007

San Antonio de los Cobres



Siguiendo en paralelo a las vías del Tren a las nubes, con la combi llegamos a San Antonio de los Cobres, un pueblo pequeño, casi en medio de la nada, con gente muy humilde y con una belleza simple que le era otorgada por esa misma lejanía con el resto del mundo.

No podía faltar la iglesia del pueblo. Muy bonita, por cierto. Y a esta altura del viaje uno llevó recorridas y visitadas más de 15 capillitas con lo cual, creo, se desarrolló una aguda visión crítica y cierta autoridad para opinar sobre las multifacéticas formas de los templos y templitos de piedra, adobe, cemento y ladrillos.




Un cajero en el medio de la puna.




Los 1 de agosto esta pequeña ciudad es sede de la Fiesta Nacional de la Pachamama (Tierra Madre); durante tal celebración se realiza una procesión, se cava un pozo en la tierra, pozo que simboliza la "boca" de la tierra y se efectúa el rito del chauyaco (multiplicación) arrojando al mencionado pozo la parte principal de un banquete colectivo, esto es: bocados de kikincha (un guiso en base a corderito y/o llama), locro, humita y paparunas (pequeñas patatas). También se escancia caña quemada -o sino ginebra- con ruda macho macerada en la bebida espirituosa.



Más allá del paisaje, el motivo que tiene este pueblo para ser conocido es su gente. O tal vez la gente que me tocó conocer a mí. Todos ellos saben que el turismo es una de sus principales fuentes de ingreso. Por eso cada micro o combi que arriban son esperados como maná del cielo.

Apenas se detiene un contingente, los chicos y las mujeres aguardan expectantes. Ni bien se desciende uno se siente rodeado. Llamitas en miniaturas, guantes y medias de lana, pulóveres, llaveros y hasta piedras típicas del lugar son ofrecidas a cambio de pocos pesos.

Todos quieren que les compren y a todos no se les puede comprar. Y en verdad da pena no poder hacerlo. Con insistencia pero con respeto ellos te siguen... te preguntan de dónde sos... y así, de a poquito, los mismos que al principio parecían cargosos se te van haciendo amigos.

Así fue que conocí a Franco y a Robert.

Pero estas son dos historias aparte.

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